Había una vez, en un país lejano, dos chicas jóvenes migrantes que habían dejado atrás su hogar en busca de nuevas oportunidades y un futuro mejor. Venían de un rincón cálido de América Latina, un lugar donde las tradiciones culinarias eran tan ricas como la historia misma. Estas chicas, aunque lejos de su tierra natal, no podían dejar de pensar en su comida, en los sabores familiares que les conectaban con sus raíces.
En su nuevo país, la nostalgia las invadía, pero también se les abría la oportunidad de crear algo nuevo. Entre risas, conversaciones y el deseo de mantener viva la cultura de su tierra, comenzaron a experimentar con ingredientes que encontraban en los mercados locales. Aunque algunos ingredientes no eran los mismos que en casa, ellas sabían que el secreto estaba en el corazón y la autenticidad de lo que preparaban.
Una tarde, mientras compartían recuerdos de su hogar y pensaban en cómo podían traer un pedazo de su cultura al nuevo lugar, una de ellas, sugirió que hicieran arepas. “Las arepas siempre nos han unido en casa”, dijo, “y tal vez podamos compartir un pedazo de nuestra historia con los demás”. A pesar de las dificultades de encontrar todos los ingredientes, ellas improvisaron con lo que tenían: harina de maíz, un poco de queso, y algunos vegetales locales. La mezcla era simple, pero cargada de significados y recuerdos.
Con cada arepa que preparaban, sentían que el pedazo de su cultura renacía, no solo como un plato, sino como un símbolo de su resistencia, de su capacidad para mantenerse auténticas a pesar de estar lejos. Lo que al principio fue un acto de necesidad y nostalgia, pronto se convirtió en una tradición compartida con los nuevos amigos que habían conocido en su país de adopción. Las arepas, llenas de amor y de historias, se transformaron en un puente entre dos mundos.
Un día, decidieron crear Arepaschamas.com y sus redes sociales en Instagram como @arepaschamas_ nuestros amistades nos recomendaron y La gente comenzó a preguntar qué eran esas pequeñas delicias redondas, y al probarlas, descubrían el sabor único que combinaba lo tradicional con lo innovador. Algunas personas les preguntaban si eran auténticas, y ellas, con una sonrisa, respondían: “Cada arepa es auténtica porque lleva nuestra historia, aunque no siempre usamos los mismos ingredientes. Lo importante es la esencia de lo que somos.”
Así, las chicas jóvenes migrantes no solo conservaron su identidad a través de las arepas, sino que también crearon una nueva tradición, una que hablaba de adaptarse y de llevar lo mejor de casa a nuevos lugares. Con cada bocado, quienes las probaban no solo sabían de su origen, sino también de la fuerza que reside en ser auténtico, sin importar las circunstancias.
Las arepas se convirtieron, entonces, en mucho más que un plato de comida; fueron un recordatorio de que la verdadera autenticidad no está solo en lo que se prepara, sino en el amor y el respeto que se pone en todo lo que hacemos, sin importar dónde nos encontremos.
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